Iglesia, Convento y Museo: San Francisco está en su punto
>En el corazón del Centro Histórico de Lima, restauraciones le devuelven el esplendor de su época dorada

Sea mañana de verano o tarde de invierno,
siempre hay un día especial en el cual nos animamos a despedirnos por un momentos de las cuatro vistas hasta el cansancio paredes de nuestro hogar. Pues si hoy despertamos al son del andar de un incansable explorador no esperemos más y aventurémonos hacia una larga travesía, la cual seguramente estará llena de sorpresas y misterio. Entre los innumerables atractivos que podemos encontrar sin alejarnos mucho de la tranquilidad del “dulce hogar” está el Centro Histórico de Lima, la tres veces coronada, que de por sí encierra el encanto y majestuosidad de una urbe detenida en el tiempo, cuyas calles, iglesias y plazas nos dan la sensación de estar viviendo en la mismísima etapa colonial desde el primer instante en que las transitamos.
Luego de observar varios monumentos históricos que este lugar nos ofrece, decidimos que nuestra parada principal sería el Convento y las catacumbas de la Basílica de San Francisco, sitio cargado de misticismo, historia y una tranquilidad que parece verdaderamente divina. A lo lejos y mientras nos vamos aproximando, nos recibe una pileta de mediana longitud y vasta antigüedad ubicada en el centro de la explanada del convento, lo que nos da una señal de estar llegando al lugar indicado; mientras que el fondo no se podría mostrar de mejor manera: las dos torres y la entrada artísticamente tallada que componen la imponente fachada de la Iglesia. A nuestro ingreso, encontramos una gran cantidad de palomas que, acostumbradas a la presencia de visitantes, se desplazan con toda normalidad a nuestro entorno esperando que les arrojemos un puñado de maíz que los vendedores nos ofrecen a solo medio sol. Pero por el contrario, al momento que nuestro andar se torna mas veloz, también las palomas alzan el vuelo despavoridas hasta ponerse a salvo unos metros más allá.
Estando ya en la puerta de Museo de San Francisco nos invade una extraña sensación, en la cual la belleza de sus estructuras, el misterio que despiertan las catacumbas y las anécdotas encerradas en los claustros franciscanos, nos inducen mágicamente a seguir nuestro camino sin poder dar marcha atrás en la visita a este convento, cuya historia nos dice que para tener la imponente estructura con la que ahora cuenta, tuvo que afrontar muchos incidentes. En un inicio, el terreno cedido a la Orden Franciscana fue un solar vecino al Convento de Santo Domingo, pero como el encargado de éste se ausentó por un tiempo, entonces el solar pasó a manos de la orden Dominica, y los franciscanos tuvieron que ocupar otro espacio por disposición de Pizarro. Este último terreno fue ocupado por personas ajenas a la orden. Pero luego de que el padre Francisco de Santa Ana hiciera las gestiones ante el fuero religioso, Fray Tomas de San Martín les devolvió el espacio y se pudo edificar una pequeña pero muy acogedora iglesia que congregó a los franciscanos durante muchos años, luego de los cuales fue decorada y arreglada de tal forma que ahora se muestra como una viva manifestación del arte colonial.
Pero toda esa pomposidad y elegancia no impidieron que un 4 de febrero de 1656 el portentoso templo sufriera un derrumbe y trajera abajo una incalculable cantidad de estructuras y objetos de valor histórico y artístico; esto se dio debido a que los soportes de la iglesia estaban construidos sobre cascajo y tenían escasos cimientos. Verdaderamente una lástima que esto haya ocurrido.
Pese a todo, lo únicos elementos sobrevivientes fueron la devoción, el fervor religioso y la entrega de los franciscanos, quienes poco tiempo después y al mando de Fray Francisco de Borja, asumieron el duro reto de edificar una nueva iglesia en el mismo lugar, para ello contrataron los servicios del arquitecto portugués Don Constantino de Vasconcellos y del albañil limeño Don Manuel de Escobar. Actualmente este templo goza del titulo de Basílica Menor, concedida por el Papa Juan XXIII el año 1953.
Y volviendo a nuestro recorrido, luego de ingresar al Museo podemos encontrar la denominada Anteportería, sala muy espaciosa decorada por azulejos sevillanos (losetas). En el centro de ésta se encuentra un lienzo que representa a Cristo crucificado, acompañado por Juan y la Virgen María. De la misma forma, se destacan 10 lienzos con imágenes muy reales de la pasión de Jesús; mientras que al otro lado nos da la bienvenida una escultura finamente trabajada en mármol con la imagen de la Inmaculada Concepción, Patrona de la Orden Franciscana. Asimismo, nos saludan representantes del Convento, quienes nos invitan a hacer un recorrido guiado abonando una suma muy módica.
Es entonces que pasamos a la Sala Portería, en la cual resalta una escultura en madera de Cristo crucificado y una pintura que tiene como personajes principales a la Virgen María y a San Juan. Los zócalos de esta sala, así como muchos de los salones, patios y pasadizos, han sido decorados con azulejos sevillanos que fueron donados por Jiménez Menacho en calidad de limosna.
Continuando nuestra visita, somos llamados a subir al siguiente nivel. Lo hacemos por medio de una escalera que presencia y majestuosidad no le faltan, y por lo que nos cuentan, era la principal vía de acceso al convento. Sobre ésta, nos deslumbra una impresionante cúpula de gran tamaño, cuyas piezas están hechas con madera de cedro traída del caribeño país de Nicaragua y decorada con figuras geométricas también de madera. Esta construcción de diseño musulmán se destaca en todo el continente americano por su acabado y dimensión. Después de cruzar la amplia escalera en medio del exquisito aroma a flores impregnado en todo el lugar, nos dirigimos a la Biblioteca del convento, cuya antigüedad y el gran número de manuscritos que guarda son suficientes para considerarla una de las primeras bibliotecas de América. Casi todo el espacio está hecho a base de madera de cedro; tanto las mesas centrales, los estantes laterales, anaqueles y barandas ubicadas en la parte superior de las paredes están construidas con ese mismo material. En la parte central del techo encontramos una especie de ventana por donde entra la suficiente luz para que los franciscanos pudieran hacer uso de las colecciones bibliográficas, entre las cuales se destacan algunas crónicas de la Orden de los siglos XV al XVIII, un atlas del mundo de mediados del siglo XVII, algunos tomos del primer diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y millares de libros de Teología, Derecho, Biblias, etc. Dos de los manuscritos más antiguos se exhiben con las páginas abiertas sobre sus respectivos atriles.
La siguiente parada sería la Sala de Coro, pieza rectangular muy amplia que tiene la particularidad de estar directamente frente al altar central de la Iglesia. En ella, se aprecian un total de 130 asientos distribuidos en doble fila a los costados y al fondo, en el cual se destaca un asiento mayor que era ocupado por los guardianes de la Orden. Y sobre éste, sobresale un pequeño y reluciente retablo donde se presenta una escena de San Francisco abrazando a Santo Domingo; y a su costado, la figura de la Inmaculada Concepción.
La sillería se encuentra finamente tallada. Sobre la fila superior podemos apreciar 71 imágenes en alto relieve se santos y santas, y cada una de ellas posee ornamentos de madera en forma de cabezas de querubines enmarcados por cornucopias. Todo el enmaderado es de estilo barroco.
En el centro de la sala, cerca del mirador que da hacia el altar, hay un precioso armazón giratorio, también de estilo barroco, sostenido por 8 delgadas columnas talladas. Sobre esta estructura, se aprecia un atril en donde se colocaban los cánticos corales, de tal manera que todos pudieran ver las melodías por su efecto giratorio. Y en la parte superior se halla una figura de Cristo tallada en madera. Metros más allá, en un rincón de la sala, reposa un piano con mas de 100 años de antigüedad, que ahora solo es usado en ocasiones especiales.
Mientras la hora avanzaba, nuestro recorrido se iba haciendo cada vez más interesante. Ahora ingresábamos a una sala en la cual se exponían lienzos que representan la vida de los 12 apóstoles y San Pablo, todas pintadas mediante una técnica muy cuidadosa por pintores renombrados en la época. Luego de apreciar tanto realismo y arte juntos, nos tocaba salir a observar el Claustro principal, lugar en donde se respiraba el fresco aire proveniente del jardín central. Entre sus pasadizos y columnas, también decoradas por azulejos, pudimos encontrar en total una colección de 36 lienzos que plasman el camino evangelizador de San Francisco de Asís. Estos se encontraron ocultados por otros lienzos durante muchos años, pero cuando en 1974 quisieron restaurarlos, se dieron cuenta de que las paredes también guardaban muestras de arte al óleo de la escuela italiana manierista. El techo también es otra muestra de arte, ya que las partes originales que todavía se conservan en buen estado han sido talladas en madera proveniente de Nicaragua.
El salón que después nos esperaba sería una evidencia de la etapa de lujo y esplendor que vivió la Iglesia, estamos hablando de la Sala Capitular, lugar donde se reunían los máximos representantes de la Orden para designar al nuevo Superior o tratar temas de suma importancia. Dos hileras de asientos bordean a la sala, mientras que en la parte central de éstos se halla una cátedra o tribuna principal desde donde se dirigían las asambleas. Sobre ésta, encontramos el escudo de la orden en la cual se muestra la Inmaculada Concepción acompañada por un fraile franciscano; mientras que a los costados, se pueden observar hermosos lienzos enmarcados en oro que ilustran a sus principales representantes. Al fondo de la misma, se aprecia un retablo estilo barroco que no escatimaba en lujo y porte, en ella se ubica la Inmaculada Concepción. Metros más allá, se destaca por su humildad y dulce mirar, un lienzo de Nuestra Señora de la Antigua, que dicho sea de paso, es la patrona de la UNMSM.
La siguiente sala, llamada Museo o Profundis, despertaría en particular nuestra atención por los lienzos de gran tamaño que en ella se encontraban y por el balcón del fondo que, según nos dicen, fue traído del mismísimo Palacio de Gobierno. Además se pueden ver un crucifijo de marfil traído desde Filipinas, una imagen para vestir de Francisco Solano, una figura en posición orante de Luis de Castillas Altamirano y los restos de su numerosa familia en una cripta ubicada al centro del amplio salón. De igual forma, se aprecia un gran lienzo de La Última Cena en la Sala Refectorio. Este lienzo se destaca por poseer características muy particulares en comparación con otras del mismo motivo religioso. Empezando por la mesa ovalada, los inocentes niños atendiendo a los apóstoles, los productos alimenticios propios del Perú como la papa y el cuy, entre otros elementos adicionales que llaman mucho la atención. Asimismo, se aprecian alrededor algunos lienzos de gran calidad y una escultura de Cristo crucificado.
Lo que sigue refirmaría la imponente presencia del convento, además nos hacen el anuncio de que la llegada a las catacumbas está cada vez mas cerca. El camino por donde ahora nos desplazamos nos lleva a la Antesacristía, cúpula octagonal magistralmente construida y que ha sido restaurada hace muy poco tiempo. En una de sus paredes observamos un lienzo de cinco por seis metros. En dicho mural se plasma el árbol genealógico de la Orden Franciscana. De igual forma se pueden apreciar dos lienzos más; en el primero, la imagen de un niño ahogado; y en el segundo, el saludo afectuoso de San Agustín y San Ambrosio; todos ellos decorados con motivos geométricos y vegetales que lo convierten en un lugar enigmático. Solo separada por una entrada se halla la Sacristía, cuya fachada se encuentra adornada al estilo barroco y coronada por el escudo de la Orden que es acompañada por San Francisco de Asís. La sala, cuya medida es 22 por 10 metros, tiene una portentosa cajonería de tres niveles trabajada en cedro y ornamentada con locería y flores serpenteantes. Sobre éstas, hay una serie de 35 figuras talladas de santos y mártires de la orden; todas ellas doradas, policromadas y esgrafiadas. Al lado opuesto del recinto encontramos un lavadero de manos; y al costado, una capilla de la virgen de la Dolorosa. Éstos eran usados en una especie de ritual de la Orden que tenía como finalidad la purificación del alma.
Nuestra siguiente y última parada serían las tan famosas catacumbas, denominadas así por su similitud a las bóvedas subterráneas de Roma. Al igual que aquellas, en éstas se pueden encontrar los restos de miles de personas que vivieron en la etapa colonial. En este extenso laberinto podemos encontrar techos planos y algunos abovedados que nos llevan a recordar pasajes de nuestra historia que antes sólo conocíamos por medio de los libros. Las paredes, construidas con ladrillo, cal y canto; dan la sensación de estar viviendo una aventura interminable en medio de fósiles humanos que se exhiben en vistosas vitrinas colocadas al costado de los pasadizos. Entre los huesos que podemos distinguir a simple vista se destacan los cráneos, fémures, peronés y tibias, ya que éstos son los más resistentes del esqueleto humano. De igual forma, se ven algunos pozos u osarios de unos 10 metros de profundidad que sirven para absorber las ondas sísmicas. Pasos más allá, encontramos un pasadizo irresistible a la curiosidad humana, pero que lamentablemente se tuvo que sellar hace muchos años ya que, según cuenta la leyenda, tendría una conexión directa con el Palacio de Gobierno y la estación de los Desamparados.
Luego de transitar estas tétricas galerías y corredores, unos rayos de luz solar nos indican que nuestra aventura está llegando a su fin. A la salida, estampillas y recuerdos de todo tipo nos reciben para darnos la despedida que estamos seguros no será más que un breve hasta luego, pues el convento de San Francisco es verdaderamente una cajita de sorpresas para cualquier persona con alma de explorador que desee encontrar cosas nuevas cada vez que visite esta magnifica muestra de arte colonial en pleno siglo XXI. Sin más, luego de haber retrocedido varios siglos en el tiempo, nos vemos obligados a atravesar algunas callecitas de antaño hasta llegar al paradero por donde pase el autobús que nos lleve de vuelta a casa, y entonces, será hasta una nueva oportunidad.